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4 Octubre. EVEREST Campo Base

Los alpinistas vizcainos estarán cinco días en la montaña.

Eran las seis de la mañana. Gyalsen y Ang Dali habían tomado ya su desayuno y partían al poco camino de la cascada de hielo. Su misión era colocar una nueva escalera para poder atravesar una nueva grieta abierta en los últimos días. Su tarea se repite casi cada día. Los rehielos nocturnos, con temperaturas en altura cercanas a los quince grados bajo cero, provocan un continuo movimiento de los bloque de hielo y un crujido permanente en el glaciar. "Si salís una hora después de nosotros, no problem", había dicho Gyalseng.

Y así hicieron Posada, Rubio, Ruiz y Orbegozo. Bajo los once grados de la mañana calzaron sus botas dobles, se abrigaron para vencer el viento de cuchillo y repasaron la mochila preparada la víspera. "Talkies, rollos de fotos, máquinas, cámara digital, barritas energéticas para el camino, guantes de repuesto, baterías de repuesto, lámpara frontal…", ¿ya lo lleváis todo?, recalcaba insistente el doctor.

Cada uno llenó su cantimplora o su termo; con agua y polvos energéticos, con té azucarado… al gusto.

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Ansiedad e incertidumbre en las vísperas de
la partida (Foto Santiago Yaniz)

El desayuno estaba preparado. Huevos cocidos, copos de arroz, leche aguada, agua caliente para hacer té, cacao, polvos de café instantáneo, miel, mermelada… y nervios de despedida.

Permanecieron media hora escasa sentados, otra media enredando; la mochila, la bota, el arnés… El resto de expedicionarios pululando a su alrededor.

Una foto, otra. Nervios. Eran más de las siete y media. Todo el día por delante para llegar al campo II. La cascada arriba, amenazadora bajo las sombras. Sería la última vez que tocaría ascenderla. Por fin la última.

Llegó el momento de partir. Algunos les seguimos con las cámaras, hasta el alto donde la puja bendice a quienes caminan hacia el Everest.

"¡Buen viaje hacia las alturas!", dijo alguien. "Nos vemos arriba. ¿Vale?".

Casi fue una despedida, como las que se hacen cuando alguien se va de viaje. Desde la colina, con el brazo en alto.

Un largo paseo de sólo cinco días.


Espera en el Lhotse

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La soledad forma parte también del camino
del alpinista (Foto Santiago Yaniz)

El intento a la cumbre del Lhotse de los alpinistas navarros Iñaki Otxoa de Olza se ha quedado paralizado en la mañana de ayer por los fuertes vientos que azotaron la ruta desde los 7.400 metros. Los dos alpinistas tenían previsto partir desde su campo III, a 7.300 metros, siguiendo los pasos de una expedición coreana situada en un campo superior. Los asiáticos partían en la madrugada y abordaban en corredor que lleva a la cumbre pero debían retroceder cuando habían alcanzado una altitud aproximada de 7.800 metros a causa del fuerte viento. Informados de estos movimientos los dos navarros optaron por no salir siquiera del campo III. En el comienzo de la mañana Otxoa de Olza y Akerreta descendieron de nuevo al campo II y allí esperarán para reintentar la ascensión pasado mañana.



LA QUIEBRA

Es en el último instante, cuando el alpinista comprende lo inexorable de su partida camino de la cumbre, cuando llega el golpe a la moral. La fuerza de la cabeza comienza entonces una intensa lucha con la del cuerpo, una batalla contra la naturaleza, contra la geografía interna de la expedición donde los individualismos dominan el espíritu colectivo.

En el último instante nace eso que los alpinistas llaman el mal de rimaya. Tensión, incertidumbre, desconfianza, miedos, anhelos, luchan contra la cumbre, atrayente, provocadora, convertida en reto, en objeto de ambición.

Ella grande, imperturbable, poderosa. El hombre diminuto, débil, sólo. Las fuerzas del interior deben vencer a la del exterior. En caso contrario llega la quiebra. Si la voluntad humana es capaz de superar sus propias dudas el hombre será capaz de dar el primer paso, y después el segundo. Habrá iniciado su camino.



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