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Everest día a día

EL LAMA DE PENGBOCHE REZARÁ POR EL ÉXITO DE LA EXPEDICIÓN BIZKAIA MEDIO AMBIENTE EVEREST 97
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5 septiembre 1997. LOBUCHE (4.940 metros). 5a crónica

Hoy se alcanzará el campo base del Everest

Sucedió al atardecer del pasado miércoles. La niebla envolvía el alto collado donde se asienta la humilde aldea de Tengoboche, a 3.840 metros de altitud. Poco más que cuatro rústicas casas y otros tantos lodges para viajeros rodean al más importante monasterio budista del valle de Khumbu. En todo su derredor se elevan altas montañas de glaciares suspendidos: el Tamserku, Kangtega y el Ama Dablam, apenachados en estas fechas de blancas cornisas. Los expedicionarios de la Bizkaia Medio Ambiente Everest 97 esperaban desde media mañana la llamada al tradicional ritual que los monjes del monasterio budista ofrecen a los alpinistas que se encaminan al Everest. Caía ya la tarde y se hizo la hora convenida. Cuatro monjes hicieron pasar a los diez miembros del grupo hasta el interior del templo, pero el Lama no estaba allí. Una gran figura de Buda presidía un recinto cuadrado con varios asientos alargados donde habitualmente se sientan los monjes. El lama no estaba, los monjes no se aplicaron en la ceremonia. Nada más que una entrega de dinero para conseguir alguna promesa de oración.

La niebla se marchó con el amanecer y el Ama Dablam se hizo con el horizonte para acompañar con su esbelta figura la cuarta etapa de la marcha de aproximación hacia el campo base del Everest.

El primer tramo se alargó poco más de media hora hasta Deboche. En medio del bosque y al costado del camino sólo hay una casa donde habitan varios monjes. Allí se recibió a sólo algunos miembros de la expedición. Descalzos, como requiere el rito, fueron obsequiados con una taza de té, después otra, otra al fin. Un billete de quinientas rupias quedó envuelto en un khatak, uno de esos pañuelos de tejido suave con oraciones impresas, y fue depositado ante un pequeño buda junto a escudillas de arroz, verduras y flores. Un monje joven, no más de 17 años, cubierto con su tradicional sotana roja, entonó una jaculatoria incomprensible; a continuación golpeó un enorme tambor que colgaba del techo. ¡Boom!, ¡Boom!, Boom!, ¡Boom!.. Repitió la música con intensidad y partió inmediatamente al exterior del templo. Desde allí se pudo oir el repique de una campana aguda. La ceremonia había terminado. El monje más viejo advirtió a los viajeros que sus plegarias serían realizadas el próximo lunes, el día más propicio para la oración.

La marcha de aproximación prosiguió un buen rato hasta Pengboche y allí hubo nueva visita de oración. El monasterio budista de Pengboche estaba cerrado. Pero el Lama estaba en su casa. En un lodge sentado entre estanterías que guardaban cerveza, galletas, huevos, latas de conserva, pilas y sobres de sopa. En un rincón de la estancia que hacía las funciones de comedor, rodeado de carteles publicitarios de expediciones de montaña y de imágenes de Buda además de algunas tarkas con diversas representaciones de su religión el Lama Gayshi nos esperaba con un termo de té caliente.

Foto
Guillermo Bañales recibe la bendición del Lama de Pengboche (Foto Santiago Yaniz)

Lo primero nos saludó con un namasté y nos ofreció la bebida caliente. A continuación cortó una fina cuerdecilla roja en diez trozos iguales ejecutando en su centro un triple nudo.

En cuclillas, depositó sobre su túnica los diez rukhu, que así se llaman estos cordoncillos, e inició una oración mitad cantada, mitad rezada. Uno por uno colocó los diez cordones a cada uno de los expedicionarios cantando una jaculatoria antecedida por su nombre.

Igual hizo después con otras diez khatak que también colocó en nuestro cuello. Al jefe de expedición ofreció una atención especial, una postal en la que cuenta la historia de la formación del Jomo Langam, el Everest, y sobre la formación del sol, el mundo y el universo. Al jefe de expedición pidió el Lama Gayshi que llevara esta imagen a la cima de la montaña y que la pusiera en su corazón para fotografiarse en el punto más alto de la tierra.

El Lama Gayshi prometió antes de despedirse orar por los expedicionarios cada día hasta lograr un final feliz.

Fue un rito sencillo, mercantilizado, pero también emocionante que dio fuerzas para terminar las cuatro horas de caminata hasta la aldea de Pheriche.

En la etapa de aproximación del jueves los bosques quedaron atrás y en el camino de altura sólo había brezos, grandísimos rododendros, muchas edelweiss y otras coloristas flores de montaña y peludos yaks haciendo su trabajo de transporte. De vez en cuando aparecían sobre el barranco pequeñísimas aldeas que cultivaban en terrazas patatas, verduras y hierba, una muy valiosa hierba que desde el amanecer se da vuelta, se pone a secar y se vuelve a recoger para hacer alimento del ganado en invierno.

El camino discurre desde aquí a través de amplias morrenas glaciares donde la vegetación escasea. El paisaje es ya el de la muy alta montaña rodeado de cumbres hermosas que no hemos podido ver pues el monzón está instalado todavía en esta región. Ayer alcanzamos la pequeña aldea de altura de Lobuche. No es más que un pequeño poblado para aprovechar los escasos pastos en época de buena climatología pero ahora la mitad de sus casas se han reconvertido para alojar a los viajeros.

La aclimatación por ahora es perfecta y el sábado es muy posible que estemos ya todos en el campo base. Los expedicionarios están sanos y su proyecto tiene ya las bendiciones del Lama Gayshi. Seguro que todo irá bien.



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