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Everest día a día

UN DÍA EN EL CAMPO BASE
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14 septiembre. EVEREST Campo Base

El descanso activo ocupa los tiempos de permanencia en el campo base de la expedición al Everest

Hoy ha amanecido, como todos los días hasta ahora, bajo la niebla en el campo base del Everest. Ha sido poco después de las cinco y media de la mañana. La fuerza del sol ha abierto las nubes y a las ocho se podía ver ya la cascada de hielo, el horizonte de las crestas del Kangtega, el Pumori, más blanco imposible, y los repliegues de los hielos del Lhotse. A la hora del desayuno todo el glaciar de Khumbu era un repliegue de sombras blancas donde la única vida llegaba del graznido de los cuervos y del continuo pedorreteo de las cocinillas de Pemba. Los porteadores de altura habían iniciado su camino hacia la cascada, tres alpinistas vizcainos llegaban a tomar su desayuno a la tienda comedor.

Cincuenta metros cuadrados de glaciar son para la expedición vizcaina, al lado los navarros, más abajo los franceses, los italianos y los mejicanos; más arriba sólo los coreanos. Cada campo base es una diminuta aldea con sus edificios centrales: la cocina y la tienda comedor, con sus caseríos, las tiendas de alpinistas y porteadores. Algunos, es el caso de los franceses, tienen incluso una tienda hospital.

No hay árboles, los ríos corren sobre cualquier recodo del glaciar, el cielo es el techo de todo.

Foto
Tienda del campo I bajo las nieves del Everest
y el Nuptse (Foto Guillermo Bañales)

La cocina

La cocina del campo base me recuerda a una de las viejas cabañas de nuestros pastores. Cuatro muros de piedra rústicamente levantados componen una estancia de unos 12 metros cuadrados. Un largo mástil de madera sostiene el vértice de la cubierta, un tinglado de toldos y techos de tiendas de campaña. De él cuelgan un seca pata de yak, una pequeña ristra de ajos y una bandeja de mimbre que almacena infinidad de chiles picantes y cuelga también una lámpara de petróleo.En las paredes se amontonan los utensilios, colocados en huecos entre piedras: un rodillo de amasar, un machete, coladores, bandejas con platos metálicos, botes de café, cacao…

Un banco corrido de piedra es al mismo tiempo estantería y asiento al pie de la pared. Sacos de arroz, cajas de pasta, cartones de huevos, patatas… Todo ha llegado transportado hasta aquí a lomos de yak desde Namche Bazaar, comprado en el mercado semanal de los sábados y se almacena a la espera del consumo.

En el centro de la cocina una plataforma elevada hecha también con bloques de granito, soporta tres cocinillas de keroseno y una de gas. En una de ellas se calienta siempre agua; en las otras indistintamente se fríe o se cocina. En un rincón cuatro grandes termos están siempre llenos de agua caliente, leche o té.

Este es el reducto de Dorjee, su hermano Pemba y Sandu, los tres jóvenes cocineros de la expedición que hacen maravillas en un lugar tan precario de medios y espacio. Desde las cinco de la mañana, cuando la luz comienza a iluminar el glaciar de Khumbu, estos tres jóvenes sirven el desayuno a los porteadores de altura, los más madrugadores. A continuación lo hacen en la tienda comedor de los alpinistas, a la hora convenida. Siempre es un desayuno fuerte. Hoy, por ejemplo, ha consistido en un pastel de patata y queso con un huevo frito y te, café y galletas a discrección. En su cocina rústica Dorjee inventa cada día sus platos, algunos extraños para nuestros estómagos pero simpre repletos de novedades.


Campamento helado

La tienda comedor es el centro vital de la expedición en el campo base. Es una gran tienda de campaña en cuyo centro se alarga una inestable mesa metálica cubierta por un mantelillo a dibujos negros y rojos. En una esquina del tiendón otra mesa destartalada soporta la oficina móvil, la emisora de comunicación con los campamentos, los sistemas de cargas de baterías, ordenador y teléfono satélite, etc.

Aquí escribimos nuestros diarios, secamos la ropa mojada, organizamos las cargas para ascender la montaña, y por supuesto organizamos largas tertulias con los franceses, con los navarros o con todo aquel que se precie compartir nuestro habitáculo. A la hora del desayuno, a la temprana hora de la comida que llega a mediodía, en la sesión del te a las cuatro de la tarde o tras la cena que llega cuando en el Glaciar de Khumbu el sol se marcha dejando un mundo de frío a las cinco y media de la tarde.

Ocho tiendas azules se reparten a su alrededor buscando pequeñas plataformas sobre el hielo y las piedras.

Juanrra Madariaga comparte habitáculo con Fernando Rubio, Guillermo Bañales con Javier Mugarra. El resto tuvimos suerte en el sorteo y disponemos de tienda individual. La primera tarea de cada día es despejar la nieve que cubre las tiendas, un paleo que ayuda a despejar el cuerpo a las seis de la mañana. Después, cada uno ocupa el tiempo en sus cosas. Si toca ascender hacia arriba la madrugada acompaña a los alpinistas. El resto aprovecha el calor de la hora de mayor insolación para hacer una escasa colada, tomar una ducha al aire frío que desciende desde el Pumori o sestear un rato escribiendo las propias intimidades cuando no hay que explorar el glaciar en busca de basuras. El doctor pasa largos ratos tomando muestras de la radiación solar, transmitiendo sus tests, etc.

El campo base es un caos de colinas de piedras apoyadas en el hielo vítreo. Sobre él los bloques se mueven continuamente, corren regatos sobre el hielo y en el derredor las nieves del Lhotse, el Pumori o el Lingtren reberberan una intensa luz. Cada día el campo base del Everest tiene vida propia, brillante y helada.


LA MAGIA DIGITAL

He de confesar que nunca terminé de creer seriamente que todo nuestro tinglado tecnológico funcionase para llevar hasta nuestra tierra las crónicas del Everest. Ahora que puedo teclear sobre el ordenador portátil a 2 grados bajo cero, tomar una imagen que acaba de bajar en una pequeña tarjeta de memoria y hacerlo pasar por un pequeño teléfono hasta un satélite para depositarlo en Internet y saber que al día siguiente estará impreso en las páginas de DEIA, empiezo a creer en los enanos de la magia digital.

Las gentes del país sherpa tampoco se lo creen y me hacen corro cada vez que pueden ver encenderse la pantalla del ordenador con sus propias imágenes. Para ellos, igual que para un servidor es verdadera magia.

Para nada podría imaginar Edmund Hillary en el año 1953 que un teléfono alimentado por un panel solar en el campo base del Everest iba a permitir estar en contacto con casa o solucionar problemas de estrategia.

Nuestro teléfono digital permite decir te quiero desde los 5.300 metros del glaciar al pie del Everest, ayudar a nuestro cocinero a encargar las provisiones que llegarán desde el mercado de Namche cuatro días más tarde o a nuestro shirdar a solucionar problemas de logística, a Radio Popular realizar entrevistas en directo a los alpinistas y a depositar en la más grande de las redes de comunicación una infinidad de información.

A los sherpas les parece magia, a mí también. Sin embargo es cierto.



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